Miradas ausentes y pasos perdidos
sobre una moqueta que carga de protones una tarde interminable de tránsito a las
antípodas. Al soltar el carro porta-maletas en la cinta transportadora saltará
una chispa invisible que hace que dos absolutos desconocidos den un saltito
hacia atrás, impulsados por un resorte imaginario como resultado de circulares
caminatas sobre moqueta naranja. Es casi seguro que los desconocidos no vuelvan
a verse, a tocarse ni excusarse el resto de su existencia, la ley de Murphy en
un intento vano de acercamiento ha vuelto a fallar en favor de la opción menos
amable.
Alguien aguarda un regreso, probablemente
en un lugar donde la distancia no se mesura en centímetros y la ausencia se
tasa hoy en lágrimas. Es bonito que alguien espere.
Un grupo de músicos vestidos de
negro riguroso agota su tiempo a la puerta de un restaurante veggie. Se intuye que
son artistas por ajustadísimos vaqueros desgastados que rayan old fashion, chupas
“perfecto” de cuero ajado y que uno va tocado con un sombrerito muy pequeño que
no queda ridículo debido a la temprana edad del portador. Hay además otra pista
y es que amontonados debajo del cartel de free-wifi se vislumbra una pirámide
informe de fundas de guitarra y algún instrumento de percusión.
Todos varones, no se registra
figura femenina en este cuadro, ni una novia grouppi, ni una mannager obesa, ni
siquiera una fan trasnochada…me pregunto si alguien les espera en casa. Invento
una familia para alguno, decido que habrá quien los aguarde. Un bebé rollizo y
rubicundo y niños muy pequeños para el del pelo Garfunkel. Un novio nada roquero
para el maduro del grupo que viene ataviado con t-shirt vintage, obsequio casi
seguro al comprar su flamante Harley Davidson. Su novio probablemente trabaja
en banca, es mucho más joven que él y espera en su pisito minúsculo en el
Berlín cosmopolita con la nevera vacía, una botella abierta de ron antillano y
la cama revuelta.
Por cierto, supongamos que son germanos
no por estar dotados de ojos azul cristalino, cabellos dorados y escasos, sino
por las latas que se amontonan en la mesa inestable del bar vegano donde estos
arios consumidores de cerveza llevan ya cuatro rondas que les hace subir un
poco el tono de voz y el tono de las mejillas.
Es entretenido inventar vidas
ajenas de personajes que desfilan en un microcosmos babeliano de paredes
transparentes y techo de cristal abierto a un cielo plomizo, donde se dan cita
fenotipos dispares, gustos antagónicos y parejas imposibles.
En cuestión de minutos y por
coincidencia de horarios el espacio se ha vaciado, solo quedamos los descolgados
de los vuelos larguísimos, conformados penitentes que atrapados en una terminal
distinta esta vez, no somos capaces de salir al mundo exterior en un intento de
excursión por pereza o por compleja intendencia. Cargamos con trolleys de “porsis”, por si acaso extravían mi
maleta, por si acaso necesito un jersey, por si acaso quiero leer algo que no
llevo en el Kindle, por si… Esto sumado al bolso king-size y a la chaqueta que
necesitaré para combatir al aire acondicionado de un avión del que no podré
escapar en trece horas, hacen que me cuestione salir de excursión para combatir
estas horas de atrincheramiento voluntario.
La camarera aburrida retira una
bandeja huérfana, recoloca una silla en su sitio alineando absurdos muebles
como soldaditos preparados para la batalla. Sin solución de continuidad y por la
sucesión natural de las cosas, pasajeros de otros vuelos pasan a ocupar el
lugar de los músicos. Una taza de mate y su propietario llenan el espacio sonoro
con una cadencia porteña, se une una pareja australiana que comparte brevemente
mesa y conversación con orígenes y destinos en tono lo suficientemente elevado
para que no tenga que inventar este dato. Baja el telón sobre el mismo
escenario y la escena ha cambiado radicalmente. Al lado del argentino hay ahora
un rabino ortodoxo también en blanco y negro que curiosamente es el elemento
que da continuidad a la escena, aunque sea eso sí por gama cromática.
![]() |
Valencia IVAM. PILAR ROCHE, 2017 |
Si esta vez dejaste a alguien
esperando en lugar del embarque es muy probable que distraiga la realidad y en un
intento de engañar al tiempo se pierda mirando fotografías o buceando en las
redes sociales que son las cartas que ya los humanos pensamos que no
necesitamos.
Sumidos en los aromas de prendas
prestadas, en el tacto de libros aconsejados y en un propósito de vuelta
inminente, soñamos que no queda nada para el regreso. Que las maletas de la
cinta transportadora están ya en el enésimo vuelo de vuelta que nos hacen soñar
que en vez de ir ya estamos volviendo.
Lo dicho, es bonito que alguien
espere.
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Lo de siempre, me hace feliz que sigas leyendo.