martes, 25 de abril de 2017

VIDAS AJENAS


Miradas ausentes y pasos perdidos sobre una moqueta que carga de protones una tarde interminable de tránsito a las antípodas. Al soltar el carro porta-maletas en la cinta transportadora saltará una chispa invisible que hace que dos absolutos desconocidos den un saltito hacia atrás, impulsados por un resorte imaginario como resultado de circulares caminatas sobre moqueta naranja. Es casi seguro que los desconocidos no vuelvan a verse, a tocarse ni excusarse el resto de su existencia, la ley de Murphy en un intento vano de acercamiento ha vuelto a fallar en favor de la opción menos amable.
Alguien aguarda un regreso, probablemente en un lugar donde la distancia no se mesura en centímetros y la ausencia se tasa hoy en lágrimas. Es bonito que alguien espere.
Un grupo de músicos vestidos de negro riguroso agota su tiempo a la puerta de un restaurante veggie. Se intuye que son artistas por ajustadísimos vaqueros desgastados que rayan old fashion, chupas “perfecto” de cuero ajado y que uno va tocado con un sombrerito muy pequeño que no queda ridículo debido a la temprana edad del portador. Hay además otra pista y es que amontonados debajo del cartel de free-wifi se vislumbra una pirámide informe de fundas de guitarra y algún instrumento de percusión.
Todos varones, no se registra figura femenina en este cuadro, ni una novia grouppi, ni una mannager obesa, ni siquiera una fan trasnochada…me pregunto si alguien les espera en casa. Invento una familia para alguno, decido que habrá quien los aguarde. Un bebé rollizo y rubicundo y niños muy pequeños para el del pelo Garfunkel. Un novio nada roquero para el maduro del grupo que viene ataviado con t-shirt vintage, obsequio casi seguro al comprar su flamante Harley Davidson. Su novio probablemente trabaja en banca, es mucho más joven que él y espera en su pisito minúsculo en el Berlín cosmopolita con la nevera vacía, una botella abierta de ron antillano y la cama revuelta.


Por cierto, supongamos que son germanos no por estar dotados de ojos azul cristalino, cabellos dorados y escasos, sino por las latas que se amontonan en la mesa inestable del bar vegano donde estos arios consumidores de cerveza llevan ya cuatro rondas que les hace subir un poco el tono de voz y el tono de las mejillas.
Es entretenido inventar vidas ajenas de personajes que desfilan en un microcosmos babeliano de paredes transparentes y techo de cristal abierto a un cielo plomizo, donde se dan cita fenotipos dispares, gustos antagónicos y parejas imposibles.


Paris Aeroport Charles de Gaulle. PILAR ROCHE,2017

En cuestión de minutos y por coincidencia de horarios el espacio se ha vaciado, solo quedamos los descolgados de los vuelos larguísimos, conformados penitentes que atrapados en una terminal distinta esta vez, no somos capaces de salir al mundo exterior en un intento de excursión por pereza o por compleja intendencia. Cargamos con trolleys de “porsis”, por si acaso extravían mi maleta, por si acaso necesito un jersey, por si acaso quiero leer algo que no llevo en el Kindle, por si… Esto sumado al bolso king-size y a la chaqueta que necesitaré para combatir al aire acondicionado de un avión del que no podré escapar en trece horas, hacen que me cuestione salir de excursión para combatir estas horas de atrincheramiento voluntario.

La camarera aburrida retira una bandeja huérfana, recoloca una silla en su sitio alineando absurdos muebles como soldaditos preparados para la batalla. Sin solución de continuidad y por la sucesión natural de las cosas, pasajeros de otros vuelos pasan a ocupar el lugar de los músicos. Una taza de mate y su propietario llenan el espacio sonoro con una cadencia porteña, se une una pareja australiana que comparte brevemente mesa y conversación con orígenes y destinos en tono lo suficientemente elevado para que no tenga que inventar este dato. Baja el telón sobre el mismo escenario y la escena ha cambiado radicalmente. Al lado del argentino hay ahora un rabino ortodoxo también en blanco y negro que curiosamente es el elemento que da continuidad a la escena, aunque sea eso sí por gama cromática.


Valencia IVAM. PILAR ROCHE, 2017


Si esta vez dejaste a alguien esperando en lugar del embarque es muy probable que distraiga la realidad y en un intento de engañar al tiempo se pierda mirando fotografías o buceando en las redes sociales que son las cartas que ya los humanos pensamos que no necesitamos.

Sumidos en los aromas de prendas prestadas, en el tacto de libros aconsejados y en un propósito de vuelta inminente, soñamos que no queda nada para el regreso. Que las maletas de la cinta transportadora están ya en el enésimo vuelo de vuelta que nos hacen soñar que en vez de ir ya estamos volviendo.


Lo dicho, es bonito que alguien espere.



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Lo de siempre, me hace feliz que sigas leyendo.




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